2011, odisea bibliotecaria


Durante el mes de agosto circuló por listas corporativas y redes sociales este simpático cortometraje en el que se aunaban las dos partes del título de este blog: lo friki (el homenaje a 2001, una odisea en el espacio) y lo bibliotecario (la Biblioteca de Valladolid). Disfruten, disfruten.

Eso sí, no intenten hacerse preguntas acerca de la consistencia narrativa del corto. Por ejemplo, ¿cómo coño permiten a un perturbado con escafandra que campe a sus anchas por una biblioteca pública? ¿Es que las bibliotecas públicas no tienen personal suficiente para mantener el orden (un escenario bastante probable, visto lo visto en los últimos tiempos), o han perdido la sana costumbre de arquear las cejas a los cenus que se creen que las biblios solo sirven para hacer cosplays?

Más aún: ¿por qué motivo no le piden el carné al cenu futurista? ¿En qué biblioteca se ha visto que te puedas llevar un libro por la patilla? En este aspecto, solo cabe una interpretación: el prota lo está flipando, en un remedo bibliotecario del viaje lisérgico de Dave Bowman en 2001, con la diferencia de que, en vez de un bebé cósmico, lo flipa con una bibliotecaria. Solo le faltó decir: "¡Dios, está lleno de libros!", y el homenaje habría salido redondo. Mucho más obvio, pero redondo.

Por último, en cuanto a la originalidad del argumento, que la tiene, no querríamos dejar pasar la ocasión de instruir deleitando con ese toquecito pedante que se nos suele poner a los friquis bibliófilos. La premisa argumental, ese asombro ante el descubrimiento del objeto libro que experimenta un viajero de un futuro en el que los libros de papel no existen, no deja de ser un desarrollo de una conferencia que Isaac Asimov dio hace unos treinta años, y cuyo resumen incluye en el ensayo "Lo antiguo y lo definitivo". Básicamente viene a decir lo mucho que le tocó la moral una conferencia en la que se vaticinaba que las cintas de vídeo matarían a la estrella del libro de papel (estamos en los años ochenta, recuerden), y contraatacó con una idea revolucionaria que daría sopas con onda al formato vídeo. Lean y juzguen por ustedes mismos:

Como hacía dos días que un orador nos había hablado de las cintas de vídeo, presentándonos la fascinante y deslumbrante imagen de un futuro en el que las cintas de vídeo y los satélites dominarían el panorama de las comunicaciones, yo me disponía a servirme de mis conocimientos de ciencia-ficción para explorar un futuro aún más lejano y hablaría de cómo podrían fabricarse cintas de vídeo con métodos mejores y más refinados, haciéndolas aún más sofisticadas.
En primer lugar, el orador nos había mostrado que las cintas tenían que ser decodificadas por un aparato bastante caro y voluminoso, que transmitía las imágenes a una pantalla de televisión y el sonido a un altavoz.
Evidentemente, todo el mundo esperaría que este equipo auxiliar fuera haciéndose más pequeño, más ligero y transportable. En el fondo, lo que se esperaría es que acabara por desaparecer y que se integrara a la misma cinta.
En segundo lugar, para que la información contenida en la cinta se transforme en imágenes y sonido es necesario un gasto de energía que redunda en perjuicio del medio ambiente. (Como cualquier gasto de energía; aunque su uso es inevitable, hay que evitar utilizarla más de lo estrictamente necesario. )
Por consiguiente, es razonable esperar que disminuya la cantidad de energía necesaria para decodificar las cintas.
En último término, esperaríamos que disminuyera tanto como para llegar a desaparecer por completo.
Por tanto, podemos imaginarnos una cinta que fuera completamente transportable y autónoma. Sería necesario emplear energía en su fabricación, pero no en su utilización, y tampoco sería necesario un equipo especial para su uso posterior. No sería necesario enchufarla en la pared ni cambiarle las pilas, y podría ser transportada para ser vista en el lugar en que cada uno encontrara más cómodo: en la cama, en el cuarto de baño, en un árbol o en el ático.
Una cinta de vídeo de estas características produce sonidos, como es natural, y también desprende luz. Evidentemente su usuario debe recibir con claridad las imágenes y el sonido, pero sería un inconveniente que molestara a otras personas que posiblemente no estarían interesadas en su contenido. Idealmente, esta cinta autónoma y transportable sólo tendría que ser vista y oída por el usuario.
Por muy sofisticadas que sean las cintas existentes en la actualidad en el mercado o previstas para un futuro próximo, siempre tienen necesidad de controles. Tiene que haber una palanca o un interruptor para encenderlas y apagarlas, y otros para controlar el color, el volumen, el brillo, el contraste y todas esas cosas. Mi idea es que esos controles pudieran ser manejados, en la medida de lo posible, por la voluntad.
Me imagino una cinta que deje de correr en el momento en que se aparte la mirada. Permanece parada hasta que se le vuelve a prestar atención, momento en el cual vuelve a ponerse en marcha inmediatamente. Me imagino una cinta que corre más deprisa o más despacio, hacia adelante o hacia airas, a saltos o con repeticiones, dependiendo únicamente de la voluntad del usuario.
Admitirán ustedes que una cinta de estas características constituye un perfecto sueño futurista: autónoma, transportable, sin consumo de energía, absolutamente privada y controlada en gran medida por la voluntad.
Ah, pero soñar no cuesta nada, así que seamos prácticos. ¿Es posible la existencia de una cinta así? Mi respuesta es: sí, naturalmente.
La siguiente pregunta es: ¿cuántos años habrá que esperar antes de conseguir una cinta tan increíblemente perfecta?
También tengo respuesta para eso, y una respuesta bastante concreta. La conseguiremos dentro de menos de cinco mil años, porque lo que acabo de describir (como es posible que hayan adivinado), ¡es el libro!

Dejamos a los avispados lectores de Frikitecaris la tarea de discutir si este ensayo mantiene su vigencia, o si ha quedado superado por el fenómeno del libro electrónico. No es el asunto de esta entrada.

Así que ya lo saben: si ven este simpático cortometraje van a ver un doble homenaje; por un lado, a Arthur C. Clarke y su 2001, y, por otro, a Isaac Asimov, porque, a fin de cuentas, la idea subyacente ya la enunció él hace treinta años.

Si queréis conocer los entresijos de este cortometraje, los cuentan en la página web de la productora.

 

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