Cita con una bibliotecaria

El género humano es muy diverso, y en él tienen cabida personas osadas: algunos se dedican a escalar montañas, otros a dar vueltas al mundo en moto...y unos pocos a pedir una cita a una bibliotecaria. Es algo inaudito, porque que te guste una enciclopedia andante con moño no es precisamente muy usual: no sólo tienes que superar la fase de atreverte a pedírselo, sino que además tienes que sobrellevar unas cuantas dudas añadidas: ¿le gustarán silenciosos? ¿el moño es postizo o natural? y sobre todo, si ella acepta, pensar en la conversación, que obviamente girará entorno a libros, que es lo que único que centra las vidas de los bibliotecarios. No hay nada más allá, así que hay que prepararse una lista de preguntas, para que no hayan cabida vacíos incómodos en la conversación: de qué lado tienen que mirar las letras del lomo cuando se ordenan los libros, cómo es mejor ordenar los libros en casa ¿por tamaño o por color? o, centrándonos en la biblioteca, qué son esos códigos alfanuméricos tan raros que aparecen en el libro. Pero la peor duda, la más cruel de todas, es pensar de qué hablará ella: ¿de las últimas adquisiciones, de las desideratas de la última semana, de lo cara que es la tinta del ex-libris?



 

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